Héctor García Quintana (Cuba, 1970) no es una persona, es un termómetro cultural. Quedar con él para tomar una cerveza es ponerse al día sobre las series que hay que seguir, los libros que hay que leer y las películas que hay que ver. Además, ejerce sobre mí un efecto tranquilizante. Le comento una polémica que me indigna o un suceso que me saca de mí y él entorna los ojos, me pide calma con tono sereno y pone las cosas en su sitio. Con su buen juicio desactiva polémicas que nos venden por nuevas y se desprende de las furias irreflexivas de la red como si apartara una mota de polvo de una hombrera de su chaqueta. Las modas y las tendencias le apasionan pero no le hacen perder la perspectiva. Cuando le llega el supuesto nuevo clásico (esa paradoja del libro que se convierte en clásico el año de su publicación, algo casi imposible por definición) a él no le agita lo que para otros es un terremoto. Sus cimientos son sólidos: Dos Passos, Hemingway, Vargas-Llosa, Murakami… Podemos hablar de Dostoievski o Proust (él más que yo, porque no he leído todavía gran cosa de ninguno de los dos – shame on me -) y termina la noche explicándome por qué es impresionante la mezcla de estilos musicales en las canciones de Marc Anthony. Así andamos. Le pregunto por mail si quiere participar en la sección Los Otros. Me dice que por supuesto y me corrige una errata del mail. Es un termómetro cultural pero también es profesor de español en la Universidad de Tours, escritor y editor literario en El Barco Ebrio; imposible resistirse.